Profecía es amor, por Marcelo Aptekmann
participar en el chat de WhatsApp
Este domingo 3 de septiembre en las iglesias se leerá a Jeremías, que dice: Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí. Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito: Violencia y destrucción; porque la palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día.
¡Pobre profeta! Elijo este texto suyo porque me conmueve profundamente ese ser humano que ya no quiere profetizar, pero que no puede dejar de hacerlo porque, como nos explica:
No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude. (Jeremías 20:7-9)
Jeremías no dice que en un acto místico él haya buscado a Dios, sino que comparte con nosotros la conciencia de ser buscado y alcanzado por Él. Da testimonio de un evento que formula con sus propias palabras, pero el evento en sí es el hecho de haber sido alcanzado por Dios.
Lo que nos transmite Jeremías con su profecía no son verdades proposicionales sobre Dios, o normas y valores generales, sino la emoción y pasión de Dios. El sentimiento divino, que es la reacción indignada de Dios ante el pecado del hombre y Su respuesta (misericordiosa) a nuestro sufrimiento y angustia.
Jeremías está ante lo "inefable", lo que no puede expresarse con palabras. Para decirlo con el Rabino Abraham Yehoshúa Heschel: "lo inefable no es un estado psicológico sino un encuentro con un misterio dentro y más allá de las cosas y las ideas" …A través y más allá de ese misterio, "Dios quiere decir: Nadie está solo".
Aunque las palabras que Jeremías es convocado a decir son dolorosas, quien lo convoca lo hace por amor: Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Anda y clama a los oídos de Jerusalén, diciendo: Así dice Jehová: Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada. 3 Santo era Israel a Jehová, primicias de sus nuevos frutos. (Jeremías 2:1-3)
En General, los profetas de Israel no se caracterizaron por tener una especial habilidad para predecir el futuro. Lo suyo mas bien era la profunda intuición del efecto devastador que la injusticia terrenal tiene sobre la vida emocional de nuestro Padre/Madre, nuestro Creador.
Si alguien creyese que nuestro creador es indiferente a la injusticia de (o hacia) un ser humano, estaría negando la esencia de la fe de Israel, la fe de Jesús. Si algo motivó a los profetas a levantar la voz, fue su empatía con el dolor de nuestro creador.
Los profetas criticaron a Israel, pero siempre, y sólo, por amor. Tal vez la más paradójica de todas esas declaraciones vino, en el nombre de Dios, de Amós: "Sólo a ti yo te he escogido de entre todas las familias de la tierra; por lo tanto, te castigaré por todos tus pecados". El mismo sufrimiento del pueblo judío, parece que implicaba Amós, era un signo de su elección, evidencia de su preciosidad a los ojos de Dios.
La función de los profetas era advertir al pueblo, a la gente común, acerca de los peligros inminentes, detectar y denunciar los primeros signos de deriva moral y decadencia. Y en los momentos de sufrimiento, su tarea era mantener viva la esperanza.
Si el pueblo no escuchaba a los profetas, y no se enmendaba, entonces lamentablemente sucedía lo que tenía que suceder. Siendo los designios de nuestro creador inescrutables, esas desgracias que hubieran sido –tal vez- evitables, terminaban a pesar de todo sirviendo además para algo bueno. Y pese a todo, según los profetas, nuestro creador reaccionaba con misericordia ante el sufrimiento de su pueblo atesorado:
Como leímos el domingo pasado a San Pablo decir en Romanos 11: Digo, pues: ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen? En ninguna manera; pero por su transgresión vino la salvación a los gentiles, para provocarles celos.
Es acerca de una de las tribus del reino del Norte, el de la "casa de Israel", que Jeremías -profeta del reino de la "casa de Judá"- nos dice: ¿No es Efraín Mi hijo amado? ¿No es un niño encantador? Pues siempre que hablo contra él, Lo recuerdo aún más. Por eso Mis entrañas se conmueven por él, Ciertamente tendré de él misericordia», declara el Señor.
"Amado Creador, concédeme la gracia de que me maraville. Sorpréndeme, asómbrame, concédeme maravillarme ante cada resquicio de Tu universo. Cada día déjame estremecerme estupefacto, admirado con Tus maravillas sin número. ... No pido ver la razón de todo esto: sólo pido compartir la maravilla de todo".
Gracias