Que nadie sea avergonzado, por Marcelo Aptekmann
El Domingo 3 de Diciembre en las Iglesias se leerán varios textos, de los que resaltaré hoy dos renglones, para leerlos a la luz de la cosmovisión judaica. Lo hago porque la tradición interpretativa cristiana –desjudaizante y cristocéntrica- ha eclipsado esta perspectiva, privando de ella a muchos cristianos a los que tal vez les interese conocer el sentido que esos renglones tuvieron en su contexto originario.
Ya la antífona de entrada viene a nuestro encuentro con unos versículos del Salmo 24, que expresan un problema central en la cosmovisión judaica, al decir: ¡Que no tenga que avergonzarme ni se rían de mí mis enemigos!
El problema es que la cultura judía está centrada en el sentimiento de culpa, mas que en el de la vergüenza. La paradoja es que por eso, las normas de convivencia –entre judíos- cuidan minuciosamente que nadie sea avergonzado. Gran parte del estudio judaico está dedicada a cómo proceder en la vida sin humillar a nadie, ni siquiera accidental e involuntariamente.
Si hubiese un onceavo mandamiento judaico, sería: No Humillarás! La dádiva al necesitado se denomina Tzedaká (justicia) en vez de limosna. Para que la asistencia a los pobres sirva, debe ser entendida como un acto de justicia, como si quien da estuviera pagando una deuda. En tiempo y forma, sin humillar ni avergonzar.
Que no tenga que avergonzarme, esa es la condición previa para que cada cuál pueda asumir con entereza sus responsabilidades en la vida, que incluyen proveer para los necesitados y frágiles. Que una persona reciba Tzedaká no le exime de a su vez dar Tzedaká a otros, que la necesiten. Se recomienda que incluso quien vive exclusivamente de dádivas de, a otros, al menos 10% de lo que recibe.
Si se respeta la dignidad de todos, entonces se puede esperar que cada cual actúe de acuerdo a su conciencia, escuchando a la voz interior que le dice lo que debe hacer. En lugar de guiarse por el qué dirán, la persona que se sabe esencialmente respetada (ya que ha sido creada a Su semejanza) sentirá culpa si no obedece a su conciencia.
Lo que hagamos con la vida que nos es dada, ¿será observado por nuestro Creador, o por los vecinos criticones? Este imperativo moral culposo explica, en parte, porqué una característica de la mayoría de los judíos es resistirse a ser parte de una masa. Ante la adversidad, la culpa predispone a desarrollar un sentido de responsabilidad personal y escuchar la voz interior será mas importante que cuidar la imagen.
Puede que estas reflexiones parezcan sofisticadas y abstractas, pero basta comparar la Biblia con la literatura clásica griega. Nuestras sagradas escrituras, las de judíos y cristianos, casi no mencionan el aspecto visual de sus personajes. Sin embargo, la literatura clásica griega abunda en descripciones del aspecto visual de los cuerpos, los objetos de arte y la arquitectura.
En comparación, el silencio de la Biblia sobre el aspecto visual de personas y objetos promueve que agucemos el oído interior y escuchemos los mensajes profundos que laten debajo de las superficies que la vista recorre.
Si hay culpa, son posibles el arrepentimiento y cambio. Lo que una persona haga será considerado diferente de lo que la persona es. Aún quien ha pecado sabe que el alma que ha recibido sigue siendo pura. Los errores del pasado no tienen porqué acompañarnos para siempre.
Cuando lo que importa es lo que los demás ven, el arrepentimiento es de menor importancia. En cambio: separar a la persona de sus acciones permite el arrepentimiento y el perdón, cuando el cambio es sincero.
Que tenga una feliz y bendecida semana