Milagros y enseñanzas
Marcelo Aptekmann
El Domingo 4 de Agosto en las iglesias la lectura del Evangelio comienza en: Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús no estaba donde el Señor había multiplicado los panes, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm a buscar a Jesús (Juan 6: 24).
En este versículo podemos ya vislumbrar el meollo de una enseñanza central al magisterio de Jesús, que será explicada en los versículos siguientes y que se fundamenta en otras lecturas que este Domingo acompañan a la del Evangelio, como la del Aleluya: Aleluya. El hombre no vive solamente de pan, sino de toda la Palabra que sale de la boca de Di-s. (Mateo 4:4b).
Pero volvamos al texto de Juan, en el que leemos que cuando lo encontraron en la otra orilla y le preguntaron Maestro, ¿cuándo llegaste?, Jesús les respondió: Les aseguro que ustedes me buscan no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la vida eterna,…(Juan 6: 26-27a).
A diferencia de los habitantes del reino de Judá, los del Norte (especialmente los de la región conocida como la Decápolis) se habían apartado de la Torah y del culto en el Templo de Jerusalem ya antes de que sus tierras fueran arrasadas por los Asirios, varios siglos antes de la llegada de Jesús. Sin embargo, en los días de Su magisterio terrenal, pese al tiempo transcurrido, los habitantes del reino de Judá todavía anhelaban el retorno de esos hermanos del Norte al seno de la Alianza con Di-s.
Tal vez porque entre Sus interlocutores estaban algunas de las ovejas perdidas de la casa de Israel es que a la pregunta de ¿Qué signos haces? ¿Qué obra realizas? Él responde refiriéndose a las enseñanzas de la Biblia judía. Jesús respondió: Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; Mi Padre les da el verdadero pan del cielo y da vida al mundo (Juan 6:32-33).
La referencia al magisterio del profeta Moisés no es anecdótica, es fundamental. Conecta al magisterio de Jesús con la esencia de la cosmovisión judía. El capítulo del Evangelio de San Mateo del que sale a nuestro encuentro el Aleluya que antes mencionamos narra que Jesús, después de haber ayunado en el desierto durante 40 días, le responde al diablo: Escrito está. El hombre no vive solamente de pan, sino de toda la Palabra que sale de la boca de Di-s. (Mateo 4: 4)
Jesús retoma las enseñanzas de Moisés, así como están escritas en Deuteronomio (8:3), para explicarles a Sus seguidores que por encima de anecdóticos milagros como el de la multiplicación de los panes (o el del maná durante el éxodo de Egipto) está la enseñanza, la instrucción (en hebreo se dice = La Torah) que nos da nuestro Creador, a través de la voz de los profetas, recogida en los libros sagrados del pueblo de Israel.
Cuando, según la última sección de la lectura del Evangelio de San Juan, Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. (Juan 6:35), las palabras Yo soy expresan -en el contexto de la cultura judía- Su naturaleza divina e implican que es Uno con Dios Padre.
Pero si seguimos leyendo mas allá de los versículos seleccionados por el Leccionario para este Domingo, Jesús además nos dice que Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió (Juan 6:38). Aquí Él se presenta a Sí mismo como un agente de Di-s Padre, pero no idéntico a Él.
Así, como un agente de Di-s Padre, pero no idéntico a Él, es como -en vida- le percibieron Sus primeros interlocutores, los judíos y los israelitas no judeos que no conocían la doctrina de Su naturaleza divina (esa doctrina fue explicitada por la cristiandad de los gentiles luego de la crucifixión). Para ellos, la luz de Su magisterio iluminó con amor las enseñanzas transmitidas por las sagradas escrituras de Israel.