Marcelo Aptekmann

Shalom

Este Domingo 17 de Agosto el Leccionario leído en las Iglesias culminará con: Estas cosas dijo mientras enseñaba en la Sinagoga en Capernaum. (Juan 6:59).

Elijo resaltar este texto porque claramente pone en evidencia que allí, en Su Galilea natal, Jesús no fue rechazado sino que fue incluido y aceptado como orador en la sinagoga local.

¿Acaso esto no muestra que es falso el estereotipo de que los judíos no querían escucharlo? Pero también es cierto que al leer el versículo siguiente, que no está incluido en el Leccionario de este Domingo, encontramos: Al oírlas, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír? (Juan 6:60).

El Magisterio de Jesús, según nos lo trae el Evangelio de San Juan, fue cuestionado por algunos de los judíos que le escucharon en esa Sinagoga. ¿Porqué? ¿A qué de lo que les había dicho, reaccionaron así?

Jesús ya les había dicho Yo soy el Pan de la vidael que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed. (Juan 6:35). También les anunció: Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió (Juan 6: 38); y luego afirmó: Y esta es la voluntad de Mi Padre: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. (Juan 6:40).

Fueron estas afirmaciones de Jesús las que incomodaron a los feligreses judíos de la Sinagoga de Capernaum. Oían que Jesús afirmaba venir del cielo, pero ellos conocían personalmente a Sus padres (terrenales). Recordemos que el mismo Juan, que describe a Jesús fundamentalmente como hijo de Dios, y proclama la naturaleza Divina de Jesús -el Verbo se ha hecho carne (Juan 1: 14)- nunca niega la paternidad de José.

Aún mas escandaloso que lo de Su filiación Divina, debe haber sido que Jesús les dijera: Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo (Juan 6:51). Para quienes no estaban habituados a la Sagrada Eucaristía, esas palabras, entendidas en sentido literal, necesariamente evocarían actos de canibalismo.

Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. (Juan 6: 53-55). En aquel contexto, eso les tiene que haber resultado ofensivo porque a los judíos nos está prohibida la ingestión de cualquier tipo de sangre, en cualquier forma (Génesis 9:4; Lev 7:26-27; 17:15).

Lo que este fragmento del Leccionario parecería indicar es que a quienes -inmersos en la cultura judía- se encontraron en aquel entonces con estas afirmaciones, Jesús les estaba proponiendo la práctica litúrgica de la teofagia (literalmente: comerse a Dios), asociada a los cultos mistéricos greco-romanos de aquella época, como los de Demeter y Dionisio y los sacrificios Pánicos (por la deidad Pan).

La alusión a esos cultos (ajenos a la cosmovisión judía) permite conjeturar que el autor del Evangelio quizás estaba familiarizado con ellos y que posiblemente este fragmento de la Palabra estaba dirigido a una audiencia que incluyese a gentiles. Pero hay otra interpretación posible.

Aquella sinagoga de Capernaum estaba en Galilea, sobre las costas del lago Kineret. Aguas arriba por el río Jordán, mas allá del lago Hula (hoy seco) estaban Panias y Cesarea de Filipi, y el sitio denominado “las puertas del infierno” desde donde Jesús acababa de llegar caminando, junto con Pedro y otros discípulos.
Al llegar a Capernaum estaban volviendo a tierras de judíos, tras haber recorrido una región en la que predominaban los cultos sacrificiales greco-romanos practicados por gente que hablaba el mismo idioma que los judíos de Galilea. Es que en la región de la localidad de Panias habitaban en esa época algunas de las ovejas perdidas de la casa de Israel  (Mateo 10:6; 15:24).

La alusión que nos trae el Evangelio de Juan a los ritos mistéricos griegos de aquellos habitantes de las laderas bajas del Monte Hermón también puede entenderse en este contexto, como una concesión de Jesús a esas ovejas perdidas en la garras de los cultos idólatras greco-romanos, que realizaban sacrificios humanos.

Lo que Juan narra es que las concesiones conceptuales y verbales de Jesús a las ideas de la gente que acababa de visitar chocaron con el rechazo total a la ingestión de toda forma de subproducto de la sangre, que para los judíos presentes en la Sinagoga de Galilea eran un Mandamiento inviolable.

A diferencia de los otros tres Evangelios, (Mateo 26:26-29; Marcos 14: 22-24; Lucas 22:19-20), el de Juan no presenta a la institución de la Sagrada Eucaristía en la narración de lo sucedido durante la última cena. Pero en cambio, lo que hace en este fragmento del Leccionario del Domingo 17 de Agosto es explicar dónde, cómo y cuándo se originaron las ideas que desembocarían en: Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama. (Lucas 22:19-20).

Última modificación: Friday, 16 de August de 2024, 17:47