"Por querer tener la razón, puedes perderla".
Marcelo Aptekmann
El Domingo 1ª de Septiembre, la lectura litúrgica del Evangelio -prescripta por el Leccionario- comienza con:
Un grupo de Fariseos, y algunos escribas, que habían venido de Jerusalén; viendo a algunos de los discípulos de Jesús comer pan con manos no lavadas, los condenaban. Los fariseos, como todos los judíos, aferrándose a la tradición de sus antepasados, si no se lavan las manos, no comen. Y volviendo del mercado, si no se lavan, no comen. Y otras muchas cosas hay que lavan, como los vasos de beber, y los jarros, y los utensilios de metal, y los lechos. (Marcos 7:1-4)
Le preguntaron, los fariseos y los escribas: ¿Por qué tus discípulos no andan conforme a la tradición, sino que comen pan con las manos impuras? Él les respondió: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, Mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Dejan de lado el mandamiento de Dios, y se aferran a la tradición de los hombres. (Marcos 7: 5-8).
¿Jesús enseña a NO respetar la Ley de Moisés? De ser así se contradeciría con: De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, este será llamado grande en el reino de los cielos (Mateo 5:19).
En principio, prejuzgo que no debería haber contradicciones internas entre distintas partes del texto de las sagradas escrituras. Por eso, propongo que reflexionemos sobre qué exactamente significa esta parte de Su magisterio. Sea lo que fuere, tampoco debería contradecirse con: No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir (Mateo 5:17)
Leyendo cuidadosamente, veo que Jesús, en realidad, no se opone a la Ley de Moisés ni a las enseñanzas de los profetas, pero para entender esto con claridad es necesario recordar en qué contexto histórico fueron por primera vez dadas y recibidas Sus palabras.
Según explica el Talmud (Babli, Chulin 106a y Rashi ad. Loc), en la época del IIª Templo, los sacerdotes vivían de las donaciones de los productos de los agricultores. Los granjeros estaban obligados a separar una porción de lo que producían, y ésta sólo podía ser consumida por un sacerdote, y sólo en un estado de pureza ritual.
Es por esto que los sacerdotes se lavaban las manos ritualmente antes de comer, para asegurarse de que estaban en estado de pureza ritual. La costumbre fue luego gradualmente adoptada por otras personas judías, en deferencia a ellos (los cohanim), que se consideraban obligados a hacerlo.
Los sacerdotes del IIª Templo (cohanim) no trabajaban en el campo. Trabajaban en el Templo y dependían de los diezmos que la gente donaba para su mantenimiento. No podían engañarse a sí mismos y creer que habían trabajado para ganarse el pan. Estaba claro que estaban siendo alimentados por los demás. Todos deberíamos sentirnos así. No es nuestro propio trabajo y esfuerzo; todo es un regalo de Dios.
Hoy en día ya no existen ni el IIª Templo, ni el diezmo del que provenían esos alimentos que necesitan ser comidos en estado de pureza ritual, pero los judíos tradicionalistas se lavan las manos antes del pan. Lo hacen para recordar que el éxito no depende solamente de nuestro propio talento y trabajo, sino de la bendición de Di-s.
Al lvarnos las manos antes de comer pan, intentamos limpiarnos de creer que tenemos derecho, quitarnos de encima la arrogancia o complacencia. Tenemos pan en la mesa, y recordamos que es la bendición de Di-s la que nos lo trajo. Lavarnos Nos ayuda a ser humildes y agradecidos por lo que Él provee. Es por eso que nuestros sabios dicen que debemos lavarnos las manos de la misma manera que lo hacían los sacerdotes.
Tan pronto como hayamos limpiado nuestras manos de arrogancia, podremos comer. Por eso, para no distraernos, no hacemos otra cosa ni hablamos entre el momento de lavarnos las manos y el de comer el pan. Sostenemos una conexión directa entre un acto destinado a recordarnos la verdadera fuente del pan y el momento de disfrutarlo.
El contexto histórico del magisterio de Jesús es el momento en que algunos de los maestros fariseos comenzaron a enseñar al pueblo a lavarse ritualmente las manos, como lo hacían los sacerdotes. Lo que Él dijo a esos maestros es que no hacían bien en criticar a Sus discípulos por no seguir las enseñanzas de ellos.
Lo que Él dice a todos es que: de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre. (Mateo 5: 21-23).
¿Tendría Jesús objeciones a la manera en la que los judíos tradicionalistas lavan hoy en día las manos antes del pan? Lo dudo, porque si bien Su argumento mas fuerte (que esa norma no es una doctrina que surja del Pentateuco) sigue siendo válida, también es cierto que dos mil años mas tarde, ha dejado de ser una innovación cuestionable y ha pasado a ser una tradición entrañable, que integra una identidad espiritual.
En todo caso, desde mi perspectiva judaica, la enseñanza de Jesús merece resaltarse como una advertencia a quienes -¡Por querer tener la razón! – hablan con dureza a otros. ¡Querer tener la razón es algo terrible! A veces, arrebatados por querer tener la razón, decimos cosas injustas, que hieren a quien las oye. De nada sirve que ese pecado haya sido cometido con las mejores intenciones. Cuando lo hacemos, lo inmundo no está en las manos de quien criticamos sin amor, sino que sale de nuestras propias bocas.