Nos legaron la fe en la resurrección
Marcelo Aptekmann
Este Domingo -17 de noviembre - según el Leccionario se leerá en las Iglesias un fragmento del Evangelio (Marcos 13:24-32). Con lenguaje apocalíptico, Jesús anuncia la inminencia del final de los tiempos, y la lectura del Evangelio invita a Sus discípulos a no temer, a conservar con alegría la esperanza de reencontrarse con Él.
Desde hace más de un año que, cada semana, medito sobre la lectura del Leccionario cristiano de cada Domingo, para luego compartir en este blog mis reflexiones, con la esperanza de que a alguien le sirva. Encuentro que la primera lectura – que con frecuencia es un fragmento del Antiguo Testamento- suele iluminar alguna faceta del magisterio de Jesús que refleja Su judeidad, Su enraizamiento en la cosmovisión de mi pueblo.
El Domingo 17, la primera lectura es un fragmento del libro de Daniel, que en la época del Segundo Templo (es decir: en los días de Jesús), era considerado un profeta. La idea de que Hashem reina es constante en el libro de Daniel, junto con la idea de que los judíos debemos mantenernos diferenciados de las personas de los otros pueblos entre los que vivimos.
El libro de Daniel enfatiza una y otra vez que los judíos no deben tratar de asimilarse a los pueblos entre los que están exilados, sino que deben sostener su identidad propia, y Dios los protegerá. Por eso, Daniel y sus amigos no comen la comida del palacio (no kosher) (cap. 1), sus amigos no se inclinan ante una estatua (cap. 3), y Daniel se inclina y reza a Hashem, aunque sea ilegal hacerlo (cap. 6).
El libro de Daniel fue canonizado inicialmente como uno de los libros de los profetas. Las primeras traducciones de la biblia rabínica al griego (la Septuaginta) lo incluyen entre los profetas, y así fue canonizado en el A.T., pero los rabinos del siglo Iª afirman que él no era un profeta (Talmud B. Meguilá 3a), y que fue castigado por sus malas acciones (Baba Batra 4a). Por eso no está hoy ubicado entre los libros de los profetas del TaNaJ (la biblia rabínica), pero en cambio sigue estando entre los libros de los profetas en el AT cristiano.
Mas allá de su ubicación en la Biblia, es evidente que el libro de Daniel era ampliamente conocido en los días de Jesús, como lo testimonian tanto los libros apócrifos de la época (incluyendo algunos de los rollos del mar muerto), como el Nuevo Testamento (Mateo 24:15).
Resalto esta primera lectura del Leccionario, porque se destaca en ser el único pasaje bíblico que se refiere sin ambigüedades a la resurrección. El capítulo 12 del libro de Daniel comienza con una descripción de la futura redención, que tendrá lugar durante el peor tiempo que el mundo haya experimentado, y describe que en ese momento: Muchos de los que duermen en el polvo, despertarán: unos para la vida eterna, otros para el eterno castigo (Daniel 12:3).
El concepto de la resurrección de los muertos está casi completamente ausente en la Biblia rabínica (parecida al A.T. Un pasaje en Isaías (26:19), que aparece en la sección que habla del fin de los días se refiere a la resurrección: ¡Oh, revivan tus muertos! ¡Que se levanten los cadáveres! ¡Despierta y grita de alegría, tú que habitas en el polvo! Porque tu rocío es como el rocío radiante; Haces que la tierra de las sombras cobre vida. Pero no queda claro si lo dice metafórica o literalmente.
La cuestión de la resurrección de los muertos fue el foco de un intenso debate entre diferentes facciones del pueblo judío durante los últimos siglos de la era del Segundo Templo. Josefo escribe que los fariseos aceptaron la resurrección mientras que los saduceos la rechazaron (Josefo, Antigüedades, XVIII). Esto lo confirma una anécdota registrada en el libro de los Hechos, sobre cómo Pablo se defendió de las acusaciones de herejía cuando estaba predicando en una sinagoga sobre la resurrección de Jesús
Cuando Pablo se dio cuenta de que algunos eran saduceos y otros fariseos, exclamó en el concilio: "Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos. Estoy siendo juzgado por la esperanza de la resurrección de los muertos". Al decir esto, comenzó una disensión entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea se dividió. (Los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos reconocen las tres cosas.) (Hechos 23:6-9; NRSV). |
El judaísmo rabínico –continuador del movimiento fariseo- heredó con gratitud la idea de la resurrección y de la vida futura como un elemento clave de la fe judía. Incluso amenaza a las personas que no creen en la resurrección —en referencia a los saduceos— con estas palabras: Todo Israel tiene una parte en el Mundo Venidero...Y estos son los que no tienen parte en el Mundo Venidero: Cualquiera que diga: No hay resurrección según la Torá (Sanhedrín 10:1).
El judaísmo rabínico incluso instituyó una bendición sobre la resurrección de los muertos, que se dice como parte de la oración (de la Amidá) tres veces al día. El cristianismo (y no solamente San Pablo) también recibió esta herencia del a menudo tan denostado movimiento fariseo.