Aptekmann, Marcelo
Blog entry by Aptekmann, Marcelo

El Evangelio que se lee el Domingo 16 de Marzo en las Iglesias (Lucas 9: 28b-36) narra la escena de la Transfiguración de Jesús, que ya comentamos desde la perspectiva de la cosmovisión judía en el blog del 6/Agosto/2024, en el que exploramos cómo se vincula Su Transfiguración con la festividad judía de Sucot. Pero ¿Significa –desde la perspectiva judaica- algo en especial que los dos varones que hablaban con Él sean justamente Moisés y Elías; quienes aparecieron rodeados de gloria?
En la tradición judía, Moisés y Elías se destacan por vincularse al retorno a la tierra de Israel desde el exilio. En el pasado Moisés condujo a los israelitas desde Egipto hacia la tierra prometida por Dios a sus ancestros, y Elías anunciará la llegada del Mesías que en el futuro conducirá a los que aún no hayan retornado a la tierra prometida. Al asociarlo con ellos, el Evangelio ¿insinúa que Su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén., tiene que ver con el plan de Dios para la redención final del pueblo judío, es decir (para la cosmovisión judía) para el retorno de todos los judíos del mundo a la tierra prometida?
Hubo una época (poco antes de que fueran escritos los evangelios) ¡en la que la mayoría de los discípulos de Jesús creían justamente esto! Prueba de ello es que en Hechos 1:6-7 -después de la resurrección-, Sus discípulos le preguntan a Jesús acerca de la restauración del reino a Israel. Lo hicieron porque tenían la expectativa de que Él restaurase la autonomía del pueblo judío en su propia tierra. Jesús no descarta de plano la restauración de Israel, pero difiere ese evento hasta el tiempo en que Dios la disponga.
El imperio dividió, para gobernar
La discordia que sembró la inteligencia imperial Romana entre Sus seguidores, hizo que muy pronto los discípulos gentiles interpretaran que el magisterio de Jesús y los planes de Dios para la redención del mundo nada tenían que ver con las vicisitudes políticas del país de los judíos. Algunas de las cosas que San Pablo enseñó comenzaron –en ese nuevo contexto- a entenderse en este sentido, como este fragmento de la segunda lectura del Domingo 16: Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador (Flip 3:20).
Para sostener esta interpretación des-judaizada de las sagradas escrituras, la cristiandad pro Romana le restó vigencia a otros párrafos de la obra de san Pablo que, pese a todo, siguen siendo claras: ¿Rechazó Dios a su pueblo? ¡De ninguna manera! … Dios no rechazó a su pueblo, al que conoció de antemano (Romanos 11:1-2). Y … en lo que se refiere a la elección, son amados por los patriarcas, porque los dones de Dios y su llamado son irrevocables. (Romanos 11:28b-29). Los dones a los que se refiere incluyen la promesa de Dios de tierra a los patriarcas, que Pablo no niega, sino que considera irrevocable.
Es que la Biblia promulga la perpetuidad de la conexión histórica del pueblo judío con la Tierra de Israel. Los cristianos que puedan sobreponerse a 1900 años de des-judaización y reconocer a la tierra de Israel como el hogar nacional del pueblo judío dejarán atrás la pedagogía del desprecio en un momento en el que el sentimiento antiisraelí a nivel mundial sigue aumentando. Hoy la enseñanza del odio ya no es religiosa (antijudaísmo) ni racista (antisemitismo). Hoy es política y se denomina anti-sionismo.
La palabra “sionista” hoy tiene tan mala prensa que muchos discípulos de Jesús no saben que sionismo es la idea política de crear y sostener en Israel un país para los judíos. La idea de no postergar mas el retorno de los judíos a nuestra tierra ancestral nació a fines del siglo XIX en la Europa que del antijudaismo religioso estaba pasando al antisemitismo racista, justo cuando el inminente desmembramiento de grandes imperios condujo a muchos pueblos a la idea de constituir un estado nacional propio. Los sionistas decidieron no seguir esperando la llegada de Elías y del Mesías, y comenzaron también ellos a construir su propio país. Después de Auschwitz, en 1948, las Naciones Unidas reconocieron el derecho del Estado de Israel a existir.
¿Hay fundamentos para un cristianismo Sionista?
Desde que el imperialismo Romano logró meter su cuña, la cristiandad de los gentiles ha abordado este tema con cautela, eligiendo una interpretación menos política y más espiritual de las promesas bíblicas. Pero además de los fundamentos bíblicos, hay razones teológicas para reconocer a Israel como la herencia eterna del pueblo judío. Para quien deponga de corazón la teoría de que la Iglesia reemplaza al pueblo judío, el fundamento cristiano para apoyar la idea sionista de construir en la Tierra Prometida un país para los judíos es la Promesa que Dios hizo a Abraham.
Ya en Gén 12:1-3, Dios promete a Abraham que bendecirá a quienes le bendigan y que maldecirá a quienes le maldigan, y que va a bendecir a todos los pueblos a través de él. En Gén 13:14-15 le dice Alza tus ojos y mira desde el lugar donde estás, hacia el norte y hacia el sur, el este y el oeste. Porque toda la tierra que tú ves, a ti te la daré, y a tu descendencia para siempre. En Gén 17:7-8, Él afirma: Estableceré mi pacto como un pacto perpetuo entre Mí y tú y tu descendencia después de ti por las generaciones venideras, para ser tu Dios y el Dios de tu descendencia después de ti. Toda la tierra de Canaán, donde ahora resides como extranjero, se la daré a ti y a tu descendencia después de ti como posesión eterna.
Su promesa a Abraham la reafirma cuando le dice a Isaac: Porque a ti y a tu descendencia les daré todas estas tierras, y confirmaré el juramento que hice a tu padre Abraham (Gén 26:3-4). También se lo promete a Jacob, justamente cuando le da el nombre Israel ( Génesis 35:11)En estas ocasiones ¿Dios habló con la Iglesia? ¿O Sus reiteradas promesas son a una familia, un pueblo en particular? La reiteración de Su promesa a través de las generaciones ¿no designa a la tierra de Israel como una herencia eterna para los descendientes de esa familia?
La Alianza en el Sinaí consolida aún más la conexión entre el pueblo judío y la tierra de Israel. Aunque introduce condiciones —la obediencia a la ley de Dios— no anula Su promesa incondicional a Abraham y promete que, incluso después del exilio: Cuando todas estas bendiciones y maldiciones que he puesto delante de ti vengan sobre ti... y cuando tú y tus hijos os volváis al Señor, vuestro Dios... entonces el Señor, tu Dios, restaurará tu fortuna y se compadecerá de ti y te reunirá de todas las naciones donde te dispersó... Él te llevará a la tierra que perteneció a tus antepasados, y tú tomarás posesión de ella (Deut 30:1-5).
Moisés llega incluso a decirle a Dios: Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Israel tus siervos, a los cuales has jurado por ti mismo, y les has dicho: Yo multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; y daré a vuestra descendencia toda esta tierra de que he hablado, y la tomarán por heredad para siempre. (Éxodo 32:13)
Muchas veces la Biblia da testimonio del compromiso divino de devolver al pueblo judío su herencia eterna, a pesar de los períodos de desobediencia o exilio. También los profetas resaltan la perdurabilidad de Sus promesas. Isaías 11:11-12 profetiza el segundo retorno de los judíos a Israel y según Jeremías 31:35-37 solo si el sol, la luna y las estrellas dejasen de existir, Israel dejará de ser una nación ante Dios. En Ezequiel 37: 21 Dios promete Sacaré a los israelitas de las naciones adonde han ido. Los recogeré de todas partes y los haré volver a su tierra.
Auschwitz y el Concilio Vaticano II fueron un punto de inflexión. La declaración Nostra Aetate, publicada en 1965, rechazó para muchos cristianos la noción de que los judíos estemos colectivamente malditos. La grey católica, que a partir del Concilio ha comenzado a explorar los caminos de la sinodalidad, enfrenta ahora el enorme desafío de superar las secuelas de 1900 años de una enseñanza que olvidó la impronta judía del magisterio de Jesús.
Sus promesas no caducan
Reconocer a Israel como la herencia eterna del pueblo judío ¿no servirá para alinear a la fe cristiana con el sentido llano de las Escrituras y con el respeto por la tradición del pueblo que les dio a Jesús y al Antiguo Testamento? Este reconocimiento no tiene por qué respaldar todas las acciones políticas del moderno Estado de Israel, pero ¿no afirmaría el fundamental principio teológico de que las promesas de Dios (todas, también las hechas al pueblo judío) siguen siendo válidas?
Aunque estemos recorriendo diferentes caminos, de todos modos podemos andar juntos en el de la reconciliación y proclamar unos y otros la continuidad del plan de Dios y dar todos nuestro testimonio de que tanto lo que Dios ha dicho a unos como lo que ha dicho a otros lo cumplirá.